"El jefe de los verdugos desplazó su escala, apoyándola a la izquierda, y sacó del gran bolsillo de su mandil de cuero un martillo y un clavo tan largo como su mano, después, apoderándose de una de las muñecas del ladrón, la apretó contra el extremo del madero y palpó los tendones, para encontrar el punto donde debía situar el clavo con un empujón vigoroso de la mano hasta la profundidad de un dedo. El ladrón lanzó un alarido, que levantó ecos en torno a la Colina de la Calavera y se elevó hacia el cielo amarillo, alcanzando su plena estridencia, antes de bajar de nuevo en notas roncas, casi animales, entrecortadas por espasmos...
Dimmu Borgir
Satyricon
Bajaron la Colina y desaparecieron. El Gólgota estaba casi silencioso. Los gemidos del ladrón continuaban. Surgieron los milanos en el cielo amarillo. El polvo danzó sobre la cara del sol. Un sol que parecía animado por pulsaciones que lo transformaban en una mancha verde o un absceso púrpura, una divinidad amenazadora, que desde luego no podía ser Dios"
El hombre que se convirtió en Dios, Gerald Messadié
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