Pues sí, los carteles que anuncian los conciertos también son como en las pelis! |
Tras su paso por Bilbao, Madrid y Barcelona en junio, Metalbitacora recibió la invitación para asistir a uno de los conciertos de Cinderella durante su gira estadounidense, y allá fuimos, a ver su noche en Nueva York. Queríamos comprobar si su leyenda es tan grande allí como creíamos, o como lo fue hace dos décadas, y también si los europeos habíamos recibido una dosis mucho menor de la Cenicienta de la que daban en su país. Recordemos que tocaron una hora y diez justita en Bilbao, dejando fuera algunos clásicos de su discografía.
Nunca había asistido a un concierto en los Estados Unidos, así que lo primero que me sorprendió fue el luminoso que preside la puerta de entrada a un recinto de un tamaño no muy superior a nuestras salas. Más bien discreto, con pinta de teatro, y con un segundo piso sólo apto para los VIP's. Para aburridos, vamos, porque si el público de pista es paradito en los States, los de arriba parecen momias. Pero esa es otra guerra.
El luminoso anunciaba a Cinderella para esa noche de 9 de agosto, calurosa y con muchísima humedad en Manhattan. Fue sencillo llegar al Irving Plaza, pues está al lado de Union Square, apenas a unos metros de la salida del subway, así que al llegar a su entorno pensé que comenzaría a toparme con pelos cardados, olor a laca, mallas bien ajustadas y botas de cowboy. Pero mi gozo en un pozo.
Ni expectación ni frikis ni Metal. Como ya contaré más adelante New York City (NYC) no es la ciudad del Metal. Es la ciudad más espectacular del mundo, pero allí heavies, lo que se dice Trues, más bien poquitos. Así que entramos al Irving pensando que quizás dentro cambiaba la cosa, y nada. El mismo merchandising que en Bilbao y sorprendentemente el mismo número de asistentes, muy pocos pelos largos y escasez de camisetas negras. Las bandas pegadas al pecho iban desde Mayhem hasta los propios Cinderella. No se puede beber en la calle, no se puede fumar dentro, y las latas de Budweiser cuestan cinco o seis euros. Más la dichosa propina, total? Pues como en casa más o menos.
La sala no es muy grande para lo que es NYC, pero su actividad es intensa, incluso durante en agosto que es un mes más bien escasito de conciertos en la Gran Manzana. Pero esa misma semana iban a acoger una descarga brutal con seis bandas extremas, entre ellas Dying Fetus, Six Feet Under, Whitechapel y los cabezas de cartel, unos verdaderos dioses en EEUU, The Black Dahlia Murder. Diría que hubiera preferido esa noche, pero como seguramente lea esto alguien a quien no le gustará que lo diga, pues no lo digo.
Metalbitacora con John Corabi (o es un pirata del Caribe?) |
Lo mejor de todo fue que el telonero, John Corabi, salió a escena muy puntual. La gente la acogió con aplausos y calor. Se nota que este chico le cae bien al público hardrockero. Su paso por Motley Crue tuvo más pena que gloria, pero lo cierto es que hay gente que nace con estrella y otra nace estrellada. Y el pobre Corabi es de los segundos. Me parece el Ripper Owens del Hard Rock: todos le admiran, tuvo su oportunidad en una gran banda, pero nunca le acabaron de salir las cosas. Vamos, que nunca consiguió tener su grupo. Cuidadito Myles Kennedy a ver si no te ocurre lo mismo.
John Corabi cogió su acústica y una lata de cerveza y allí subió, a hacer un concierto exclusivamente acústico. Es algo que yo no sabía, y que me dejó un poco frío. Pero la cosa no fue mal. Si bien al principio la propuesta no parecía agradar, la intimidad y el cariño que Corabi iba inyectando a los temas, y sus pequeños discursitos entre canción y canción lograron animar a un respetable que cumplía los clichés del público rockero yanki al 100%.
Corabi, con un look parecido al de Johnny Depp en Piratas del Caribe mostró sus encantos con "Love (I don't need it anymore)" de Union y otras versiones, como "Man in the moon" de The Scream, la emotiva "Father, mother, son" y por supuesto algunas composiciones de los Crue, sobre todo el medley de "Driftaway + Home sweet home" que todos cantamos al unísono. Cerró con una de los Beatles, "Oh! Darling". Se llevó una buena ovación de quienes estábamos en el foso. Los VIP's parecían figurantes, qué cosa de verdad...
Pensando que es un buen cantante, que no es un compositor desechable, y qué poco acogedor era el público salí a airearme antes de que salieran las estrellas de la noche, que hay que decir que estuvieron muy bien, mucho mejor que en Bilbao. Cinderella transmitieron que aún tienen cosas que decir en este negocio, y que si son capaces de componer un puñado de buenas canciones, su nuevo disco puede ser una sensación. La noche de la Rock Star en Barakaldo todos salimos contentos: habíamos visto a una banda que muchos pensábamos que jamás veríamos en directo, habíamos rememorado grandes clásicos, pero nos quedamos con la miel en los labios por su corta duración (hora y diez) y porque la voz de Tom Keifer nos pareció muy justita, sobre todo al principio. Pasados los temas entró en calor y se despejaron los fantasmas, pero nos temimos lo peor.
Sin embargo, en NYC vimos que la gira les había hecho muy bien. Dos meses más han devuelto a Keifer el estado vocal de antaño, ha adelgazado unos cuantos kilos y se mueve mucho más de lo que lo hizo aquí. De hecho, él se encargaba cada rato de animar a un público realmente apático. ¿Esta gente vive así al Rock N' Roll? Pero si no dan un paso ni una palma! Chavalería, que estas canciones son joyas de nuestra juventud! Bueno, ellos mismos. Desde el principio hasta el fin, bailamos al ritmo de Cinderella, que ejecutaron sin fallos, con una buena coordinación entre ellos y con el liderazgo de Keifer y del altísimo Jeff LaBar a la guitarra. Incluso ambos llegaron a batirse en duelos de guitarra y hasta en duelos de guitarras de doble mástil. Cómo nos siguen gustando esas macarradas.
El setlist fue prácticamente clavado al nuestro, con esa fría apertura que es "Once around the ride", para luego ir a "Shake me". El telón que les presenta como 25 años de Rock N' Roll americano presidía una sobria escena, con un juego de luces que aportaba mucho (cuánto hay que aprender aún por aquí en detalles como ese!), y en todo momento Keifer dirigiendo la orquesta.
Cuando uno ve varios conciertos de este grupo comprueba por qué siempre les han faltado un par de pasos para llegar a lo más alto: falta un poco de energía, algo de actitud y sobre todo más sacrificio. Pero están ahí porque tienen temas buenísimos, mucho mejores que otros de su quinta. Gracias a esas canciones han sobrevivido. "Heartbreak station" es una brillantísima composición que en Bilbao todos cantamos a una, entonces casi me cabreo al ver tanta frialdad entre quienes me rodean. Enlazan con "Somebody save me", que es mi favorita y aquello promete ser una gran noche en la que sólo se ausentará el público. Así es.
"Coming home", "Nobody's fool", que es para desgarrarse la garganta a gritos, y "Gypsy road" son algunas de las que nos dirigen hacia la segunda parte del show, los bises. Curiosamente, y a pesar de que han pagado entre 41 y 50 dólares por entrar, los asistentes ni siquiera se molestan en pedir que salgan otra vez. Bueno, algo de razón tendrán porque saben que de un modo u otro saldrán, pero vamos, algún gritito, así, aunque se os escape... O no?
"Long cold winter" supone uno de esos duelos guitarreros entre Kiefer y LaBar, en plan blues, antes de que, esta vez sí, todo el mundo se ponga a bailar con el que fuera su gran hit: "Shelter me". Thank you New York, y a casa. Cinderella estuvieron soberbios -entendámonos, para lo que son ellos en directo- y el público neoyorkino estuvo en lo que dicen que es su línea: parado, apático y poco comunicativo. El cóctel no es muy sugerente, pero sirvió para que comprobáramos que Cinderella se van recuperando, y que pueden tener cuerda para rato. ¿Grabarán nuevo disco de una vez?
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